PRIMERA PARTE

Taedet Animam Meam (Tomás Luis de Victoria)

O Vos Omnes (Tomás Luis de Victoria)

Stabat Mater (Sebastián de Vivanco)

Peccantem Me Quotidie (Cristóbal de Morales)

Amicus Meus (Tomás Luis de Victoria)


SEGUNDA PARTE

Missa Pro Defunctis (Tomás Luis de Victoria)

. Introitus

. Kyrie

. Graduale

. Offertorium

. Sanctus y Benedictus

. Agnus Dei

. Communio

. Responsorium: Libera Me



NOTAS AL PROGRAMA

Una de las obras mas valoradas y conocidas universalmente de Victoria es la Missa de Requiem, dedicada a la Emperatriz María de Austria en 1605 y publicada en Madrid. Muy poco conocida es, en cambio, la Missa pro Defunctis publicada en Roma en 1583 en el Missarum libri duo y reeditada en 1592 incluyéndose dos responsorios para los maitines, de los que solamente se interpretará uno.

Comparando las dos misas de difuntos, es obvio que la estructura formal es idéntica. Además, ambas están basadas en las mismas melodías gregorianas y, aún más, el verso Tremes factus sum es exactamente igual en ambas. Todas estas coincidencias han hecho pensar que la Missa de Requiem pudiera ser una reescritura de madurez de la primera misa de difuntos pero, pese a todas las semejanzas, no se puede pensar que sea una reelaboración ya que la textura polifónica es distinta. Son ambas misas dos obras perfectamente acabadas y completas, si bien una ha recibido mucha más atención, probablemente por el hecho de ser más moderna. Se trata, en todo caso, de las dos únicas misas de difuntos que compuso Victoria ya que todas las demás son sobre temas jubilosos.

Los textos de la misa de difuntos contrastan enormemente con los de los motetes seleccionados. Si bien en la misa se ruega por la salvación de las almas y el perdón de los pecados con serenidad y confianza en la salvación eterna, en los motetes se desatan todos los miedos a la muerte.

Y es que la muerte es entendida en la Biblia como la realidad negativa por excelencia. Así aparece en los orígenes mismos de la historia humana. Pero este aspecto negativo le viene a la muerte, en el ámbito cristiano, de su vinculación con el pecado. La muerte es el momento en el que se saldan las deudas con el mundo terrenal, el momento en el que se nos juzgará por nuestros actos. Por eso, el alejamiento del pecado llevará consigo la victoria definitiva sobre la muerte de tal manera que la muerte física pierde para el verdadero cristiano su veneno ya que se transfigura en un acontecimiento lleno de esperanza, la salvación eterna.

El cristiano muere para liberarse y unirse al Señor y es dentro de este sentido donde podemos entender la placidez de algunos textos religiosos sobre la muerte como un canto alegre de despedida del mundo terrenal. Pero es que el mundo terrenal es el reino del pecado, de las desgracias, las tentaciones, las dudas y los sufrimientos como se refleja en los textos de las lamentaciones. Así escuchamos en palabras de Job en Taedet palabras tan duras como -¿Acaso te parece bien, si me calumnias y me aplastas a mí, obra de tus manos, y favoreces los planes de los impíos?- También es el mundo terrenal el mundo de la traición como refleja Amicus meus y del miedo como expresa Peccantem me quotidie -A mí, que peco a diario y no me arrepiento, me intranquiliza el temor a la muerte.- 

En este mundo de los sufrimientos, uno de los mayores dolores será la pérdida de los seres queridos, como narra Stabat Mater sobre los sufrimientos de la Virgen María viendo morir a su hijo al pie de la cruz. 

Notas redactadas por Ana Fernández-Vega

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