PRIMERA PARTE

Azulao (Jaime Ovalle, Brasil)

Yambambó, canto negro (Emilio Grenet, Cuba)

Son Mercedes, son (Leo Brower, Cuba)

Una pena nuevamente (Carlos Guastavino, Argentina)

Juramento, bolero (Miguel Matamoros, Cuba)

Adiós, nonino (Astor Piazzola, Argentina)

Buenos Aires, hora cero, tango (Astor Piazolla, Argentina)

Mercedes (Manuel Corona, Cuba)

El que siembra su maíz (Miguel Matamoros, Cuba)

El mareao, cueca (F. Moruja, Chile)





SEGUNDA PARTE

Bullerengue (José Antonio Rincón, Colombia)

Mi tripón, canción (Otilio Galíndez, Venezuela)

Mulata, son (Conrado Monier, Cuba)

Me bendo caro, son (Conrado Monier, Cuba)

Ausencia, bolero (Electo Silva, Cuba)

Prende la vela, mapale (Lucho Bermúdez)

El negro feliz, merengue (José M. Joa, Cuba)

Retorna (Sindo Garay, Cuba)

Tú no sabe inglé, guaracha (Emilio Grenet, Cuba)

En nosotros, bolero (Tania castellanos, Cuba)

El guayaboso, son (Guido López Gavilán, Cuba)

Corazón Coraza (Beatriz Corona, Cuba)


«Pareciera que por fin Latinoamérica hubiera tomado conciencia de su común raíz y destino, y de la importancia de subrayar su identidad ante el resto del mundo. Un nuevo espíritu de colaboración ha reemplazado a antiguas apatías y malentendidos nacionalismos, y el vertiginoso progreso de las comunicaciones ha despejado uno de los mayores obstáculos que obstruían el camino de encuentro entre países separados por enormes distancias geográficas» .

Aranguiz Thompson, Waldo: Presencia coral en América Latina. Revista Musical Chilena, Volumen 54, No. 94, Santiago de Chile, Chile: 2004.

Así, tanto la propia América Latina como la inmensa mayoría de los países del resto de continentes, ha logrado gracias al poder masificador de la música coral y sus gestores, disfrutar de un repertorio que en sus ritmos, cadencias, armonías y melodías, lleva impreso un sello mágico en el que se conjugan y comulgan a un tiempo, alegría, maestría y belleza.

Y es que, en la variedad de escuelas y estilos en la composición, dirección e interpretación de la música coral, corresponde hacer -cada vez con mayor precisión y fuerza- un aparte a la música coral latinoamericana, entendida como aquella que se produce o encuentra al menos sus raíces musicales en los territorios al sur (desde México) en el continente, y que incluye por cercanía geográfica y cultural a la franja caribeña. La variedad de raíces y culturas propiamente dicho en estas regiones enriquecen el pluralismo de la forma en toda manifestación artística, y la música no escapa a este condicionamiento. Aún así, en su pluralidad, se reconoce un cauce común, casi determinante histórico: raíces indígenas, influencias de la colonizadora Europa (fundamentalmente España) y luego, la presencia viva de la población africana diseminada por casi todo el continente. Arte mestizo, vivo en colores y formas, singular y múltiple a un tiempo, único y compartido.

Eso que por ser de allí (autóctono, diferente y popular) denominamos folclore, resalta en la música tradicional de cada país. Por consiguiente, su expresión en la música coral no ha sido menos que afortunada. Boleros, tangos, sones, canciones de cuna incluso, samba, valses peruanos, habaneras… Un sinfín de composiciones casi siempre con base percutida de raíces negras: cinquillos, compases y modelos rítmicos que se encargan de acentuar casi siempre las voces graves en dichas obras, pero que la propia melodía es capaz de marcar sola. El cuerpo entonces no puede hacer otra cosa que acompañar a la voz, y concederle brillo al canto. Asistimos así a la fiesta de entonar la sensualidad de los tangos del argentino Piazzolla; estrujamos el cuerpo al ritmo de guaracha, son y guaguancó de los hermanos Grenet, Leo Brower, Guido López-Gavilán, todos de Cuba; sucumbimos ante la exquisitez romántica de cantos nostálgicos como boleros y habaneras, incluso trova; y hasta evocamos la liturgia con la grandeza de un Salmo de Las Américas de Vitier o de una misa caribeña del Maestro Electo Silva.

Música para rendir culto a ella misma, para aprehenderla y retenerla en la memoria, para disfrutarla desde la vivencia misma del compartir experiencias cercanas de otras tierras, de otras melodías, de otras culturas, de otros cantos. Música para disfrutar en y desde el júbilo de quien se atreve a explorarla, escucharla, vivirla, cantarla. Que os sea grata.

Notas redactadas por Yuniel de la Concepción Hernández

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